¿Qué puede aportar la Antroposofía a la Medicina Moderna?
Roberto Kempenich
La relación médico - paciente busca una nueva realidad en el mundo actual. Los pacientes se vuelcan, cada vez más, hacia otras terapéuticas, las llamadas "suaves, naturales, biológicas, holísticas . . . ". Esto se ha convertido en un fenómeno social. Los enfermos sienten que, a pesar del tratamiento que se les ha prescripto, o a causa del mismo, no alcanzan una verdadera curación.
Incluso dentro del mundo médico, se habla de una crisis de la medicina. Se plantea reunir las diferentes especialidades en que se ha fragmentado. Los médicos sienten su trabajo como insuficiente. Surge un malestar, aparece el deseo de un nuevo enfoque. Las tentativas de reunificación tratan de restablecer una imagen global del ser humano, que escapa a la ciencia médica actual.
No se cuestiona los grandes descubrimientos de la medicina moderna. Es evidente que numerosos pacientes se benefician de sus progresos. Estos son el resultado de un determinado camino científico: los medicamentos son el resultado de la investigación química, los equipos de diagnóstico y la terapéutica, como por ejemplo el riñón artificial, son una victoria de la física y la tecnología. Los progresos de la medicina no provienen, en primer lugar, del arte médico, sino de la técnica, de la química, de la física. De esta forma, la medicina se subordina, cada vez más, a sus disciplinas.
En el mundo actual, sólo se tiene en cuenta aquello que se ha probado experimentalmente. La objetividad es la marca de todo aquello que proviene del camino científico. Esta vía procede por exclusiones sucesivas:
1. En principio, se debe aislar el objeto de su ambiente natural. Para preservarlo de influencias extrañas se lo separa de la totalidad viviente a que pertenece.
2. Sólo interesa una parte de este mismo fenómeno, ya aislado: las propiedades que se ha decidido estudiar y se eliminan las otras. Se excluye así el vínculo que relaciona a las partes entre ellas.
3. El investigador mismo reduce sus facultades a un mero pensar intelectual. Todo el resto de su vida interior debe callar, no debe participar en la experiencia.
Vemos así que, en su camino, la ciencia actual procede por exclusión, sin interesarse en la actividad misma que permite el pensar. Por otra parte, los objetos de estudio que ella selecciona, por los que ella se determina, son aquellos que se pueden reducir a esas condiciones de exclusión; los otros objetos, no reducibles, no parecen interesarle y "caen", para ella, en el dominio de la filosofía, la poesía, la estética. Por método, excluye todo aquello que tiene aspecto de sentimiento, de vida interior, de actividad del pensamiento, de actividad volitiva.
Esta vía de pensamiento sólo se puede aplicar al campo de lo inorgánico: lo cuantificable, lo ponderable. No es sorprendente que la ciencia actual, fundada únicamente sobre el intelecto analítico, proponga una imagen, una concepción del mundo en el cual la globalidad del ser humano ya no encuentra lugar.
Cuando se aplica a la medicina este enfoque, llegamos a una situación como la de la formación médica actual: los médicos se sienten presionados, casi comprometidos a tener sólo en cuenta aquello que es cuantificable y establecido. El arte terapéutico se hace superfluo y se habla muy poco de la relación médico - paciente.
La consecuencia de esta evolución es que el ser humano ya no encuentra la relación íntima con la enfermedad: no se encuentra al individuo, parece resumirse a un problema tecnológico, al fallo de una maquinaria. De una manera contradictoria, los clínicos siempre hablan de "el ser humano" que vive tras la enfermedad, de la calidad "humana" de la medicina . . . Cuando se les pide precisar, definir científicamente lo que entienden por este término, se hacen evasivos . . . En tal contexto, los pacientes no se sienten tomados en cuenta en su totalidad, en la unidad de su ser.
Es posible que se nos reproche que, hablando de esta forma, olvidamos todo el camino evolutivo científico que ha progresado tanto. Se cita frecuentemente a Galileo, quien decía en 1600 que todo conocimiento digno de interés debe ser mensurable, cuantificable. Lo que se olvida es que, en su época, Galileo era "muy moderno". Lo mensurable, lo cuantificable era una necesidad para el avance científico de aquella época. Ningún desarrollo es lineal, el crecimiento de una planta, de un animal, de un ser humano, se hace rítmicamente, por períodos, por empujes y paradas, por desviaciones y cambios de dirección.
Podemos ver la historia de la Tierra, de las civilizaciones, del pensamiento humano de forma análoga al desarrollo del organismo viviente: ciertas características y facultades se desarrollan en ciertas épocas del crecimiento.
Desde este punto de vista, se puede considerar a Galileo como el punto de partida, en la historia, del desarrollo de la etapa científica actual. Desde hace 400 años, todo el desarrollo científico se ha concentrado en el dominio de la física, de la materialidad del mundo de la naturaleza. Es cierto que, este enfoque, ha permitido grandes descubrimientos, pero la naturaleza misma del ser humano, su esencia, ha quedado en un segundo plano: la esencialidad humana se ha borrado del dominio científico.
En la actualidad, numerosos síntomas del mundo científico y social muestran que se busca una nueva vía que enfoque lo que había quedado excluido del campo de estudio. Los elementos, las partes de la entidad humana que no pueden ser cuantificadas ¿deben quedar fuera del conocimiento, deben ser consideradas como esencialmente inaccesibles?
A esta pregunta, Rudolf Steiner contesta proponiendo un método de formación de la percepción, del pensamiento y del sentimiento, para ser utilizado como instrumento de conocimiento fiable para estos dominios tradicionalmente excluidos de la ciencia. Este método procede con el mismo rigor que el utilizado en lo inorgánico.
En este camino no nos servirá la acumulación de nuevos conocimientos. Será un enfoque de síntesis que englobe los conocimientos ya adquiridos, abriéndolos, ampliándolos a todos los elementos de la entidad humana que no pueden ser medidos o cuantificados. Rudolf Steiner sólo considera como ciencia verdadera aquella que permite al ser humano elevar su comprensión, su conciencia; aquella que sirva a la evolución de la naturaleza humana en toda su integridad.
El método antroposófico se aplica tanto a los fenómenos de la vida del mundo exterior, como a los del mundo interior del ser humano: los de su cuerpo y sus procesos fisiológicos, los de su pensamiento, su sentimiento y su voluntad, y éstos le permiten evolucionar hacia la conciencia de su ser. Este método permite comprender la relación viva, existente entre el ser humano y el Universo. Describe de esta forma la imagen, la idea de lo que debería ser el estado de salud; es decir, un ser humano en equilibrio consigo mismo y con la naturaleza que le rodea. Por lo tanto, antes de hablar de patología, necesita tener una imagen viva del ser humano y del Universo. Se trata de comprender, sentir y poner en movimiento interior vivo, los conocimientos fundamentales que vinculan al ser humano con el Universo. No es una cuestión teórica, puesto que nuestra práctica cotidiana depende de nuestra actitud interior y de nuestro esfuerzo de comprensión.
Tenemos conocimientos muy diferenciados sobre numerosas enfermedades, pero no sabemos casi nada del ser, de la esencia del sentido de la enfermedad en sí. Sin embargo, las cuestiones como la enfermedad, la salud, la curación, tocan problemas fundamentales que afloran al corazón de la vida humana. Estos temas son considerados, con frecuencia, como juegos de la inteligencia, problemas para filósofos, sin impacto sobre la realidad cotidiana. En la mayoría de los casos, las enfermedades son tratadas sintomáticamente: se esfuerza en disminuir una glucemia alta, un exceso de colesterol, sustituir una substancia o un órgano deficiente. El resultado terapéutico se basa en al desaparición del síntoma, en el restablecimiento de la aptitud para el trabajo, en la prolongación de la esperanza de vida. Con este lenguaje, hablamos más de un resultado terapéutico que de una curación. Sin embargo, no podemos hablar de un camino de curación sin tener en cuenta al ser humano completo, su biografía, sus cambios, la transformación de todas las partes de su ser, por el camino de la prueba que es la enfermedad. La cuestión que se plantea entonces es la siguiente: ¿por cuál método, por cuáles métodos podríamos ayudar al enfermo a recuperar una armonía entre su mundo interior y su destino?
Hasta aquí hemos visto que la medicina y la ciencia moderna tratan al ser humano físicamente, como un objeto del mundo exterior de la naturaleza, que puede ser aislado del mundo cósmico vivo. Cada vez más se hace abstracción del mundo interior del ser humano. Nos parece necesario aproximarnos a ese mundo interior y situarlo nuevamente en un desarrollo biográfico. Para comprender el sentido de las enfermedades, las mismas deben ser consideradas dentro de la dinámica del ser en movimiento, describiendo una biografía. Es necesario tener en cuenta la vida global del ser humano , con sus modificaciones y metamorfosis, colocando la enfermedad en el curso de su vida. De hecho, la biografía es una escultura, una firma de la individualidad.
Una enfermedad febril reprimida en un niño, le impedirá la transformación de su cuerpo. La herramienta, que representa el cuerpo, no será verdaderamente adaptada al ser del niño. Mediante la fiebre, el niño quiere adaptar su cuerpo a su individualidad para que el mismo pueda manifestarse correctamente. Las enfermedades inflamatorias del niño sanan, de hecho, las sobrecargas hereditarias. Sólo se debería decidir un acto terapéutico teniendo en cuenta la dinámica biográfica del individuo que se cura y sabiendo que, este acto, tendrá repercusiones futuras para el resto de su vida. Por esta razón, es necesario tener en cuenta la vida global y contemplar a la enfermedad en el curso de la vida individual: en enfoque antroposófico propone una imagen viva del desarrollo de la vida humana, con sus diferentes etapas y con las repercusiones futuras de las patologías de cada una de ellas.
La enfermedad es una crisis de la individualidad en el desarrollo de la vida. Es una situación particular que debe permitir al ser humano fortificarse al atravesarla: in poco como si estuviera contenida en el destino mismo del individuo. La enfermedad es una necesidad para que el hombre se transforme, con el fin de proseguir su destino. Vista, así, la enfermedad se convierte en una herramienta del destino, una herramienta que sirve a la evolución hacia la conciencia.
La medicina deviene en arte social, que permite una mejor manifestación individual en el mundo social. Para esto es necesario que el médico comprenda, sienta lo que necesita el paciente, que comparta su destino, que evalúe las consecuencias de su acto terapéutico y así penetre en el equilibrio salud - enfermedad del paciente. En este preciso momento, el médico debe plantearse la siguiente pregunta: ¿podrá mi terapéutica modificar alguna circunstancia para el paciente? ¿Qué es lo podrá modificar o no habrá modificación alguna?
La frase habitual de los pacientes, tantas veces escuchada, "me va mal", nos dice claramente que el proceso es dinámico, el hecho de ir, es decir, continuar su camino individual, se ha cuestionado. Me debo preguntar: ¿con mi ayuda y mi terapéutica, le irá peor o le irá mejor? Sin abrirme al proceso patológico del paciente, sin abrirme a su destino, no lo puedo tratar correctamente. Por lo tanto, un médico necesita un pensamiento intelectual que pueda plantear un diagnóstico claro, pero también, prever una evolución, plantear un pronóstico. Necesitará preguntarse: ¿cómo continuará el paciente sin mi intervención?; y, en este momento, dejar crecer dentro de sí esta imagen, durante un instante. Ahora, nacerá en él un sentimiento de compasión y se iluminará la voluntad de curar de la cual habla Rudolf Steiner. Solamente habiendo hecho esto podrá tomar una decisión terapéutica.
El pensamiento médico así descripto deberá:
1. Englobar a la enfermedad como ella se presenta en al medicina moderna, en lo concerniente al cuerpo físico.
2. Tener en cuenta el desequilibrio del mundo interior del paciente, frecuentemente, su causa determinante.
3. Percibir el desarrollo biográfico del individuo; es decir, percibir cómo ese ser está comprometido con su destino.
Las enfermedades ya no pueden ser concebidas aisladas de la terapéutica; se requiere una terapéutica que permita esta metamorfosis del individuo. De esta manera, la medicina y el médico devienen, realmente, en mediadores entre la enfermedad y el mundo.
Los procesos de la naturaleza exterior y los de la enfermedad deben relacionarse analógicamente por vía del pensar. Aquí es necesario que se intente vivir en la idea viva, en la relación viva que une el devenir humano y el devenir de la naturaleza; de lo contrario, queda rezagado en el dominio de los conocimientos intelectuales secos o en la "instintividad" médica vacía. Estas ideas deben ser abordadas de una manera concreta para que puedan ser encarnadas en la práctica.
"El intelecto solo, separado, mutilado, analizado, mantiene aparte. Quien solamente aborda la realidad mediante el intelecto, se aleja de ella, pone en lugar de la Unidad real una multiplicidad artificial. La separación conducida artificialmente es una etapa necesaria en el camino del saber, pero no su objetivo."
Rudolf Steiner ha abierto la vía y ha indicado el camino a seguir: el del pensamiento vivo que reconoce totalmente la Unicidad del Ser Universal. Steiner propone investigar los vínculos, lo que reúne las cosas. "El pensar aprende a percibir las vinculaciones, teje los lazos, comprende las relaciones, vive en las metamorfosis. Deviene un instrumento fiable de investigación de lo que vive entre las cosas y lo que mantiene juntas a las cosas; lo que vive así es el Saber." Esta demanda científica estudia la realidad creadora viviente, vestida de apariencia. Rudolf Steiner afirma: "la medicina será una ciencia sólo cuando para cada enfermedad ella sepa colocar, en paralelo, una substancia de la naturaleza." Entonces, el Universo entero se convierte en un ser viviente. Las imágenes que perciben nuestros sentidos nos muestran aspectos separados, fragmentados de ese Ser. Es necesario aprender a descifrarlos, observar lo que se revela, vivir con las apariencias, las formas, los colores, el comportamiento de una substancia en su medio ambiente y, así, poder descubrir la ley que se expresa en ella. En fin, esto se transforma en un acto de re-conocimiento, lo que descubro en el mundo exterior se revela en mí. De esta forma, penetro en la relación analógica viva entre el ser humano y el universo. Este acto, este esfuerzo debe re-comenzar siempre. Y, mediante este acto de re-conocimiento se ilumina la voluntad de curar, la voluntad de servir.
El camino médico, propuesto por Rudolf Steiner, puede ser practicado cuando el médico tiene en cuenta todas las potencialidades de la naturaleza humana y no sólo las de su cuerpo aisladamente. Es necesario que el médico desarrolle una imagen interior, una imaginación de la situación patológica del paciente y trate de rescatar la imagen correspondiente en el mundo de la naturaleza. Para que se pueda hacer este reconocimiento es imprescindible que el médico, previamente, haya trabajado, elaborado en sí mismo, la idea del ser humano en buen estado de salud y en relación con el universo, los procesos patológicos y los remedios.
El médico que sigue este camino no echa en falta lo que es cuantificable, sino que comienza, poco a poco, a reconocer una manifestación del Verbo Divino en el lenguaje de la naturaleza.
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